Historia del huésped que habita en mi casa

– Newsletter #9 –

En este envío, una vez más hablo sobre esta tendencia irresistible de ponerme a pensar en la vida puertas adentro, y sin vocación de hacer una reflexión, hago una reflexión: el 2020 fue el año en que de todos nosotros nació un “Hugo” maligno que se apoderó de nuestra casa.

Parasite

El huésped que habita en mi casa no sabe utilizar un pentagrama pero sueña con un piano pegado a su pared. Hace todo a las corridas y no sabe si prefiere escribir o hacer otras cosas. El huésped que habita en mi casa se considera a sí misma una persona llena de ímpetu, pero algunas tardes lo descubro escuchando baladas de Franco de Vita. “Hasta el punto que a mí mismo, me pregunto si también existo… Solo importas tú”, canta con fervor casi patriótico. (Siempre, ensombrecido por la culpa, piensa que algunas inquietudes pierden peso según cómo se digan, y le parece que eso es culpa del mundo, no de Franco de Vita). Después suele escuchar Recuerdos del Ypacaraí y baja un sosiego diferente que puebla su balcón junto al polvillo de los plátanos y calma la alergia.

El huésped que habita en casa se la pasa buscando excusas para salir. Primero fueron las ferreterías, donde siempre había una herramienta imprescindible. Después dijo que necesitaba volver a correr y giraba por las plazas con los runners. (Volver, dijo, pero nunca fue suya esa costumbre). El huésped de casa también buscó pasajes para irse con vuelos especiales y hasta sacó permisos para visitar a parientes en otras provincias. Pero siempre, al final, bajo el marco de la puerta, escuchó mi súplica y volvió. Lo tengo encadenado desde el comienzo, y así llegó a fin de año en el mismo lugar en el que empezó el año anterior, en la misma ciudad, en el mismo país, aunque todo lo demás haya cambiado. A veces, por las noches, imagina cómo seguir cuando todo se termine.

El huésped que vive en mi casa ahora intenta cocinar en lugar de pedir un Rappi. En ocasiones se baña por la mañana, otras veces por la tarde, y otras por la noche. Le gustaría tener una rutina de baño, al menos. En cambio, acumula zapatillas y medias y calzoncillos alrededor de la cama. Ya ni desinfecta lo que sale y lo que entra. Lo hizo al comienzo, cuando el tonto se reencontró con el amor aquel que no se nombra y pensó que tal vez la cuarentena había llegado para mostrarnos las cosas verdaderamente valiosas. Fue un momento de vértigo y de algarabía. Tenía alcohol y lavandina junto a la puerta y pasaba largos minutos higienizando cada compra para dejarla satisfecha a ella, que era del bando de los meticulosos. Pero tampoco le duró eso al huésped que vive en mi casa. O tal vez sí, nunca puede saberlo. Hoy duerme en una cama rodeada por ropa sucia traída de la calle. “¿Tiene ropa para dar?”, le preguntan a veces, cuando tocan el portero y él se ilusiona con otra cosa. Hoy no, dice siempre pensando en que miente, en que es su pereza lo que lo detiene, no su apego.

La botella de lavandina, ya vacía, sigue custodiando su puerta, pero es por abandono, no por limpieza. El huésped que habita en casa no tira esas cosas. Yo no lo dejo salir, soy estricto con él. Le digo que se calme, que enseguida vuelvo. Lo tengo en el sótano ahora, fui a charlar con él esta mañana a ver si me decía algo sobre su ira, porque este es el año de la ira y leí en revistas que conviene que todos la saquen. Imagino un fantasma gigante brotando por las chimeneas de la ciudad: el hálito de todos nosotros al expulsar la ira para que se vaya con el fin de año.

Pero el huésped que habita en casa está callado, arrumbado contra un rincón haciendo sonar los dientes. Un baño de caspa forma un círculo alrededor suyo. Está encorvado mirando la pared. Pienso en un juego: un soldadito de plástico tiene que llegar hasta hasta su cuerpo sin tocar ni un copo de esa caspa nerviosa, que son como minas listas para explotar y hacer volar todo por el aire, y hacer volar también los otros copos, que van rebotando en el suelo y explotando a su vez, en una onda expansiva que llega hacia mí y me deja mudo sin haber escuchado nunca la ira de mi huésped pero sí, tal vez, habiéndola sentido, al fin. Y es que, desde el comienzo, yo siempre supe que el huésped que habita en mi casa iba a terminar conmigo.

Suscribite al newsletter

Recibí el envío semanal de UnderPeriodismo de manera gratuita.

Sumate a la Sociedad UP y ayudanos a seguir haciendo periodismo

Podés hacer un aporte mensual a través de   

Suscripción mensual

$200/mes
  • Third Feature

Suscripción mensual

$500/mes
  • Third Feature

Suscripción mensual

$1000/mes
  • Third Feature

Si querés hacer un aporte único a este contenido, también podés hacerlo

Aporte Único

$100
  • Third Feature

Aporte Único

$300
  • Third Feature

Aporte único

$500
  • Third Feature

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *