Liberen la bandera: el conflicto más profundo de Australia

Es agosto de 1994 y en Victoria, cerca de Vancouver, en el oeste canadiense, se disputan las últimas jornadas de los Juegos de la Commonwealth, una suerte de Juegos Olímpicos para los países y territorios que alguna vez formaron parte del Imperio Británico. Se corre la final femenina de los 200 metros y la australiana Cathy Freeman le saca diez centésimas a la nigeriana Mary Onyali para colgarse la medalla de oro. Estableció un nuevo récord en los Juegos, pero no fue por eso que fue noticia en su país. 

Horas más tarde, las tapas de los diarios mostraban la imagen de la discordia: Freeman, con sangre de las comunidades originarias Kuku Yalanji y Birri Gubba, festejaba dando su vuelta de honor por el estadio, envuelta en dos banderas. Una era la nacional, la conocida azul con seis estrellas blancas y la enseña británica en el cantón. La otra, la de la controversia, era una con la mitad superior negra, la inferior roja y un gran círculo amarillo en el medio: la bandera aborigen, símbolo de este sector históricamente relegado de la población australiana.

La corredora recibió críticas y elogios por su gesto, que repitió dos días más tarde al ganar el oro en los 400 metros y otra vez en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000. Esto iba en contra de las normas de la competencia, ya que no se pueden exhibir banderas que no sean las nacionales aprobadas por la organización.

Diseñada en 1971 por Harold Thomas, la bandera aborigen es utilizada por las comunidades del país y fue oficializada por el gobierno en 1995, lo que le dio estatus de emblema nacional. Flamea en edificios públicos y está presente en toda organización que defienda los derechos de los habitantes originarios.

Sin embargo, presenta una particularidad: no es de dominio público, sino que sus derechos de autor pertenecen a su diseñador, quien, a fines de 2018, firmó un contrato con la empresa WAM Clothing para el uso exclusivo de su obra en artículos de indumentaria.

Desde 2019, esta empresa está persiguiendo y enviando cartas a distintas agrupaciones aborígenes que venden productos con la bandera (su bandera), donde les solicita que desistan, ya que es WAM quien posee los derechos. Esto despertó el malestar de las comunidades de todo el país, que pierden un símbolo de su identidad en un nuevo atropello a su cultura, y encendió el debate nacional.

Cathy Freeman en el mundial de atletismo Atenas 97.

Historia de un despojo

Según las evidencias científicas, los primeros seres humanos llegaron a lo que hoy es Australia hace unos cincuenta mil años, lo que los hace una de las poblaciones más antiguas del planeta. Cuando a fines del siglo XVIII los británicos llegaron a la gran isla continente, había unos 750 mil habitantes, agrupados en no menos de cuatrocientas comunidades y que hablaban más de trescientas lenguas. Por las incómodas condiciones climáticas del país, no tenían ciudades sino que se iban moviendo por el territorio. Esto sirvió de excusa para que los europeos lo declararan terra nullius (tierra de nadie) y ocuparan todo sin pedir permiso. Según ellos, no había propiedad previa sobre esas tierras, sólo unos habitantes salvajes e incivilizados.

Rápidamente, las enfermedades como el sarampión, la viruela y la varicela, para las que los nativos no tenían inmunidad, hicieron estragos. Durante el siglo XIX continuó el equivalente australiano de nuestra lamentable “Conquista del desierto”: asesinatos brutales y utilización como mano de obra.

Pero la destrucción iría más allá. Desde principios del siglo XX hasta entrados los años sesenta, el Estado desarmó comunidades, separando a niños de sus familias y ubicándolos en misiones y orfanatos, muchas veces a miles de kilómetros de sus hogares. Con la excusa de que los aborígenes no sabrían criar adecuadamente a sus hijos, los alejaban de su cultura y los educaban en la civilización blanca.

A estas víctimas se las llamó “Las generaciones robadas” y todavía representan una herida profunda en la sociedad. Recién en 2008 el gobierno les pidió perdón. Además, los pobladores originarios no fueron considerados ciudadanos ni contabilizados en los censos hasta 1967.

Hoy, los aborígenes son unos 800 mil, el 3% de la población australiana. Sin embargo, ocupan el 29% de las plazas carcelarias. Una enorme mayoría vive en las ciudades, generalmente en suburbios alejados y protagonizando las crónicas policiales de los diarios. Tienen una expectativa de vida ocho años menor a la de los no aborígenes y sufren de serios problemas como alcoholismo, violencia intrafamiliar y desempleo.

 
Líderes aborígenes australianos.

En 2008, el gobierno lanzó el programa “Closing the Gap” (Cerrando la brecha), destinado a mejorar la calidad de vida de la población originaria mediante un mayor acceso a la salud y a la educación, reducción del desempleo y disminución de la mortalidad infantil. También otorga apoyo en forma de subsidios y distintas iniciativas sociales. Año a año se van percibiendo las mejoras, aunque son lentas.

Un estudio publicado este año por la Universidad Monarch, de Melbourne, afirma que el porcentaje de aborígenes que reportaron haber experimentado al menos una forma grave de discriminación, como el rechazo en una oferta de trabajo por su condición o haber sido desalentados a continuar con su educación formal, aumentó de un 29 a un 52% en 2019 y se mantuvo de ahí en adelante. Como en otros casos, la pandemia profundizó las desigualdades.

Cada 26 de enero se celebra en todo el país el Día de Australia, como festejo por la fundación de la colonia penal de Sidney ese día de 1788. Sin embargo, como sucede en América Latina con el 12 de octubre, para la población originaria es considerado como el comienzo del despojo y el sometimiento. Cada vez son más las marchas contra el Día de la Invasión, como lo llaman, y que piden su cambio a otra fecha. En estas manifestaciones, como en tantas otras, abundan las banderas aborígenes.

Una bandera para unirlos a todos

La bandera de la discordia fue diseñada como símbolo de identidad y unión por Harold Thomas, artista miembro de la comunidad Luritja y que fue parte de las generaciones robadas. El color negro representa a los aborígenes; el rojo, a la arcillosa tierra australiana; y el círculo amarillo, al sol. Fue izada por primera vez en Victoria Square, en el centro de la ciudad de Adelaide, en una celebración del Día Nacional Aborigen, el 12 de julio de 1971. Al año siguiente, fue adoptada por la Embajada Aborigen en Carpa, un asentamiento de protesta permanente ubicado en la capital, Canberra, frente al viejo edificio del Parlamento, que lucha por la propiedad de las tierras de los pueblos originarios.

La selección de fútbol femenino de Australia en Tokio 2020, posando con la bandera aborigen.

Hasta entonces, no existía una bandera para los aborígenes. Jamás la habían tenido, porque el concepto de un rectángulo de tela unido a un mástil para que flamee al viento es de origen euroasiático. Sin embargo, con el paso del tiempo, las diferentes comunidades aborígenes fueron apropiándose de su bandera e identificándose con ella. 

Para el momento de la vuelta olímpica de Cathy Freeman en Canadá, el significado de la bandera estaba clarísimo, al punto tal que al año siguiente el Primer Ministro Paul Keating promovió su declaración como enseña oficial del país. El mismo estatus fue dado a la bandera de los Isleños del Estrecho de Torres, un grupo étnicamente distinto al de los aborígenes australianos pero también reconocido como originario. Thomas, autor de la bandera, no se mostró especialmente entusiasmado con la nueva oficialidad de su creación: “Es un símbolo de la lucha desde el llano, no necesita más reconocimiento”, declaró entonces.

En 1997 surgió un conflicto en torno a la autoría de la bandera que terminó en la Justicia, donde Harold Thomas demandó a dos personas que decían haberla creado. La Corte Federal falló a su favor y lo reconoció como dueño de los derechos de autor según la Ley de Copyright de 1968, lo que significa que la bandera recién pasará a dominio público setenta años después de su muerte. En 1998, el artista otorgó una licencia a una empresa, Carroll and Richardson Flags, para la confección y venta de banderas con su diseño.

Un ejemplo de Harold Thomas ejerciendo su derecho fue cuando, en ocasión del Día de Australia de 2010, Google lanzó un concurso infantil para diseñar el doodle de esa fecha. ¿Qué es un doodle? Son esas modificaciones al logo del buscador, generalmente relacionadas a una efeméride, que duran un día. La ganadora fue Jessie Du, una nena australiana que presentó un dibujo en el que la segunda O de Google era el sol de la bandera aborigen. Thomas le negó a la empresa norteamericana el permiso para usar su creación.

En 2005, otra compañía, Birubi Art, obtuvo una licencia de parte de Thomas para la manufactura y venta de souvenires y material educativo con la bandera aborigen. Las dos empresas licenciatarias, por supuesto, velaban por el cumplimiento de su contrato de exclusividad y disuadían a quienes intentaban meterse en sus negocios.

Harold Thomas con Ben Wooster and Semele Moore, fundadores de WAM Clothing

Paradójicamente, en 2018 la Corte Federal de Australia impuso una multa a Birubi Art de 2.3 millones de dólares australianos (algo más de un millón y medio de dólares estadounidenses), por haber vendido objetos como “arte aborigen” cuando no lo eran. Los boomerangs y didgeridoos (un instrumento de viento) que comercializaba la empresa como artesanías locales en realidad eran fabricados en serie en Indonesia.

Esto llevó a la liquidación de la empresa, que vendió sus activos a Gifts Mate, compañía propiedad de Ben Wooster, casualmente, antiguo director de Birubi. 

En noviembre de aquel 2018, Harold Thomas firmó con la empresa WAM Clothing una licencia exclusiva para el uso de la bandera en indumentaria. Uno de los dueños de esta sociedad es una figurita repetida: Ben Wooster. Y la situación se empieza a complicar.

Liberen la bandera

– Hi!

La voz de Laura Thompson al teléfono es exageradamente amable, un rasgo común en los modales australianos. Aunque no la vea, me doy cuenta de que sonríe mientras habla. Ella pertenece al pueblo Gunditjmara y es la cara visible de Clothing the Gaps, una pequeña empresa que recientemente cobró importancia a nivel nacional.

Se llama así (“Vistiendo las brechas”) por un juego de palabras con el programa gubernamental “Closing the Gap” (“Cerrando la brecha”). Tuvieron que cambiarle “brecha” por “brechas” porque la empresa norteamericana Gap, la de los buzos cangurito, les hizo juicio por el nombre. Pero ese no iba a ser el único revés.

El origen de la compañía de Laura se remonta a 2014, cuando ella y Sarah Sheridan, la otra fundadora, trabajaban en el Servicio de Salud Aborigen del estado de Victoria. Decidieron dar un paso más allá y crear Spark Health, una consultora especializada en la implementación de campañas sanitarias en comunidades aborígenes. Como necesitaban fondos, paralelamente lanzaron Clothing the Gap, un proyecto en el que comenzaron a vender ropa y otros artículos con referencias a la cultura aborigen y al empoderamiento de sus integrantes.

A comienzos de 2019, recibieron una carta de WAM Clothing, exigiendo el cese inmediato de la utilización de la bandera aborigen en sus prendas. “Antes de eso nunca habíamos tenido problemas”, explica Laura. Intimaciones similares fueron recibidas por organizaciones de todo el país. La empresa pedía un pago del 20% del precio de costo de las prendas. Si se trataba de una entidad benéfica, lo bajaba al 15. 

La bandera en la Embajada Aborigen en Carpa en 1972

Indignados por la intención de una compañía propiedad de gente blanca intentando ganar plata con un símbolo aborigen, muchas organizaciones se negaron a seguir usando el diseño de Thomas y lanzaron a nivel nacional la campaña Free the Flag (Liberen a la bandera). Clothing the Gaps fue una de las mayores impulsoras.

“La bandera es un símbolo de la supervivencia de nuestra gente. Muchos no nos identificamos con la bandera australiana, porque para nosotros representa colonización e invasión”, explica Laura, y añade: “Somos nosotros quienes la convertimos en símbolo y le dimos el estatus que tiene hoy”. Para ella, “la bandera representa orgullo y unidad. Personalmente, creo que, mientras no la liberen, está perdiendo significado. Debería ser motivo de orgullo, no de lucro”.

La cuestión tomó mayor visibilidad porque otra de las entidades intimadas a dejar de usar la bandera fue la Liga de Fútbol Australiano (AFL). No se trata de “nuestro” fútbol sino de una versión jugada en aquel país, una disciplina de dieciocho jugadores por equipo, en una cancha ovalada y con una pelota un poco más chica que una de rugby. Es el deporte más popular de Australia, con estadios repletos cada fin de semana.

Desde 2007, la AFL organiza una vez por año la Fecha Aborigen, una jornada en la que los equipos usan camisetas con diseños realizados por miembros de las comunidades originarias y se aprovecha para celebrar su cultura y darles visibilidad. Para la edición de 2020, ante la intimación de WAM, decidieron no usar la bandera en la ropa ni en la cancha para no pagarle a la empresa, en línea con el sentimiento general de las asociaciones aborígenes. La medida contó con el apoyo de los clubes y del Ministro de Asuntos Indígenas, Ken Wyatt. El funcionario, incluso, dijo que le encantaría ver a la bandera “siendo usada libremente en todo el país”. En 2021, la ausencia de la enseña se repitió.

Lo mismo sucedió con el rugby league, otra versión del deporte que juegan Los Pumas, muy popular en Australia. El impacto que tuvo la cuestión de la bandera en algo tan masivo como dos de las disciplinas más vistas del país le dio una enorme visibilidad a la campaña Free the Flag. Una de las posibles soluciones planteadas era que el gobierno le comprara a Thomas los derechos de la bandera, para luego liberarlos. Fue tal el ruido que hicieron que el Estado debió tomar cartas en el asunto.

La respuesta del Estado

El Senado formó un comité, integrado por legisladores aborígenes y no aborígenes, para analizar el tema. Se realizaron seis jornadas de audiencias públicas y este comité recibió setenta y cuatro presentaciones de personas e instituciones, la mayoría manifestándose a favor de que cualquier organización aborigen pudiera hacer uso de la bandera sin tener que rendir cuentas. 

La pregunta es: ¿Cómo instrumentarlo?

El comité del Senado se expidió en octubre de 2020. En su informe final, formuló dos recomendaciones. La primera fue que no se forzara a Harold Thomas a vender su propiedad intelectual al Estado, para no vulnerar los derechos del artista en tanto aborigen y ciudadano y, a la vez, para no sentar un precedente peligroso de expropiaciones de intangibles. En la segunda, propone que las licencias sobre la bandera se otorguen a entidades aborígenes independientes del Estado y que sean ellas quienes definan quiénes pueden utilizar libremente el diseño y quiénes deben pagar, utilizando un criterio basado en la integridad, la dignidad y el simbolismo de la bandera y no en el lucro.

Por ahora, el gobierno no ha tomado una decisión concreta y todo se mantiene igual que como estaba. Las licencias para la comercialización de la enseña siguen en manos de las tres empresas: Carroll and Richardson Flags, que vende banderas; Gifts Mate, que utiliza el diseño en souvenires; y WAM Clothing, en indumentaria. Mientras tanto, según explicó el Ministro de Asuntos Indígenas hace dos semanas, continúan las negociaciones entre las partes involucradas.

Está claro que la cuestión de la bandera es simbólica y darle los derechos a organizaciones aborígenes no va a solucionar la enorme brecha social existente en Australia. Sin embargo, en poco tiempo (el pasado 12 de julio cumplió su primer medio siglo de vida), la bandera se convirtió en parte importante de la identidad y de la presencia aborigen y está presente en sus luchas y en sus prácticas sociales. Como define Laura Thompson: “De alguna manera, fue la gente la que le dio el valor, no Harold”. En la práctica, más que a una persona, la bandera ya le pertenece a un pueblo, un pueblo que ya sufrió suficientes despojos y violaciones a sus derechos. 

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Laura Thompson, parte del pueblo pueblo Gunditjmara y representante de Cloting the Gap.

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