Vivir en una UTI: médicos exhaustos, colapso sanitario y compromiso al extremo

Quien elige estudiar la carrera de medicina en cierta medida cree que puede salvar al mundo y sabe que va a dedicar su vida a cuidar la salud de sus pacientes, la mayoría arranca ese camino con ese sueño y esa certeza. No se estudia medicina sin vocación, sin pasión, sin amar implícitamente la vida. Y quien decide especializarse en cuidados intensivos sueña además con salvarle la vida a cientos, miles de personas a lo largo de su carrera profesional. Los médicos intensivistas estudian durante años y no paran de actualizar su conocimiento para enfrentarse a la muerte todo el tiempo. Están absolutamente capacitados para eso. 

Durante sus años de formación académica se preparan para lo que va a ser su realidad cotidiana en esas salas tan temidas por el resto de los mortales. Pero no hay un solo médico de los que hoy están en las Unidades de Terapia Intensiva (UTI) que se haya preparado para enfrentar una pandemia mundial, o que haya remotamente imaginado la situación que hace más de un año les toca encarar. Por momentos sienten que se parece a algo de lo que alguna vez ya vivieron o estudiaron y a la vez no se parece a nada de lo que enfrentaron hasta comienzos del año pasado. 

Las fotos de esta nota son todas de Carolina Herrera. Por pedido de las personas retratadas, no identificamos cada lugar de trabajo.

Esta segunda ola de coronavirus en Argentina trasciende todo lo que pudieron imaginar quienes hoy miran de frente al virus e intentan salvar vidas todos los días, las veinticuatro horas, hace más de un año, con cansancio extremo, a veces sin recursos, y en muchos casos inmersos en una precarización laboral que los obliga a soportar jornadas de 12, 24 y hasta 48 horas. La lucha contra el Covid-19 está llevando al límite de lo emocional y lo físico a los miles de médicos de la ciudad de Buenos Aires. Lo que hoy se vive en las UTI supera todo lo imaginable; desborda, destroza, agota, angustia, mata a colegas, a jóvenes, a adultos, a ancianos, a personas sanas y sin enfermedades preexistentes y aún no termina, lejos de eso. Y mientras tanto hay que seguir salvando vidas.

Foto: Carolina Herrera

Esta nota de alguna manera comenzó a escribirse a comienzos del año pasado cuando, mirando lo que pasaba en el mundo, todos los equipos de las UTI de la ciudad y del país comenzaron a prepararse para lo peor. “La organización y anticipación fue clave, empezamos a diagramar equipos rotativos, siempre pensando que si un integrante se contagiaba había que aislar al equipo completo, darlo de baja e ingresaría el equipo que estaba de back up.  Y en cada equipo debía haber un coordinador, alguien con más experiencia para transmitir calma y orden frente a lo que se venía” nos comenta el coordinador de la UTI de un importante sanatorio privado de la ciudad de Buenos Aires.

Los equipos empezaron a percibir que estaban entrando en campo minado, la sensación que describían los intensivistas era esa incomodidad de sentir que, de un momento a otro, empezarían a explotarle las bombas en la cara, o al lado, o cerca, se venía lo peor. También empezaba a asomar el miedo de que se contagiaran los médicos en edad de riesgo pero al mismo tiempo se necesitaba su experiencia en la diaria. Se sumaba la inquietud frente a los más jóvenes e inexpertos ¿Estarían a la altura de lo que se venía? Y como si todo esto fuera poco, la falta de tiempo para empezar a formar gente de cero. Un médico terapista tiene de carrera unos siete años y después de especialidad cuatro años más, no se pueden crear médicos terapistas o clínicos en un año, entonces el recurso humano es acotado y sobre todo no renovable.

Así avanzaba febrero, marzo, se contaban y preparaban camas, recursos materiales y humanos, siempre imaginando un plan B para todo. Tratando de minimizar la posibilidad de error y de riesgo para el personal. No sabiendo si todo eso iba a alcanzar, si sería suficiente. Y ese estrés de estar en estado de alerta permanente durante días, semanas, meses. Todos preocupados y esperando que llegue ese mensaje o llamado de algún integrante de los equipos de salud confirmando el primer caso en esa clínica, en ese hospital. Un médico intensivista que prefiere mantener la reserva de su nombre nos contó: “Al día de hoy, todos en el equipo recordamos el primer Covid positivo que tuvimos en nuestra UTI y todos nos acordamos de ese primer paciente que se nos murió por esta enfermedad”.

Foto: Carolina Herrera

Enfrentar a la muerte en una terapia intensiva es literal. Mirar a la cara a la muerte es sentirle el olor, es escuchar su ruido, es percibir el dolor de quien se va,  es anticipar posibles secuelas físicas y emocionales en ese cuerpo que estuvo por morir, es comunicar por teléfono la muerte de un familiar. Y en este contexto actual tan particular es ver a los contagiados morirse en soledad. “El que no está ahí, el que no ve a la gente morir, el que no llena los certificados de defunción, el que no está en el día a día, probablemente no lo entienda en toda su magnitud “ nos cuenta con cara de agotada, una joven médica infectóloga de un hospital estatal ubicado en el barrio de Flores.

Al hablar con ella al final de una de sus extenuantes jornadas de trabajo nos explicó en qué consiste la fase de contención: “En una epidemia la fase de contención es importantísima, y se extiende desde que el virus ingresa en un territorio hasta que empieza a tener circulación libre en una comunidad. Argentina tuvo una fase de contención larguísima, fueron treinta días, es decir, durante treinta días la mayoría de los casos que daban positivo quedaban aislados. Países como Italia o España tuvieron tres o cuatro días de fase de contención por eso sus sistemas sanitarios colapsaron rápidamente. Algo que no ocurrió en nuestro país durante el año pasado”. Contrario a lo que algunos sectores de los medios y de la sociedad afirman, y basándonos en los comentarios de los médicos consultados, la cuarentena tan extendida sirvió mucho para la fase de contención, para el reacondicionamiento del sistema sanitario y para la preparación adecuada de los equipos de salud mediante cursos, lectura de investigaciones y análisis de aciertos y errores en otras partes del mundo.

Foto: Carolina Herrera

Pero los médicos no están solos en esta emergencia sanitaria, no podrían llevar a cabo esta tarea abrumadora sin la asistencia permanente y altamente capacitada de quienes están codo a codo con ellos en las terapias: los enfermeros y enfermeras.  Pocos hablan de que ellos también están agotados, y que sin embargo, siguen trabajando sin pausa, sin descansos adecuados y con la poca fuerza que les queda. Con la vocación intacta pero con el dolor que conlleva la falta de un reconocimiento económico y laboral acorde a su responsabilidad y a su formación profesional. Constituyen un gran sostén de los equipos de salud, por lo tanto son días para observar, reconocer y poner la luz en ellos. No se trata de aplausos, ni de bonos extras por única vez, tampoco una reivindicación en los medios de comunicación masivos alcanza, la extrema situación que se vive actualmente en las UTI revive reclamos que llevan años por el reconocimiento profesional de los enfermeros y enfermeras de la ciudad de Buenos Aires. 

Foto: Carolina Herrera

Actualmente la situación de las UTI en ciudad es desesperante, quienes caminan esos pasillos e ingresan en esas área restringidas repiten una y otra vez esa sensación angustiante y permanente de que la situación todo el tiempo está por salirse de control. Ser intensivista es convivir a diario con ese raro alivio de que se hizo todo lo que se pudo para salvar una vida, pero teniendo la certeza pragmática y dolorosa de no haberlo logrado muchas veces.

Sería injusto continuar esta nota sin mencionar a quienes completan este tridente ofensivo en las UTI, hablamos del personal de limpieza y mantenimiento. Esos trabajadores invisibles para muchos, en general muy poco reconocidos pero imprescindibles. Resultan esenciales para estas áreas donde la higiene, los cuidados extremos y los protocolos minuciosos son clave. La correcta manipulación del material descartable y la limpieza específica asociada a esta enfermedad son una exigencia imposible de negociar, dado que un mínimo error puede ser fatal para quienes están trabajando junto al virus. 

Por otro lado, si bien la mayoría de los médicos intensivistas ya están vacunados con las dos dosis, todavía hay personal de salud que aún no recibió su primera o su segunda dosis, y muchos de ellos trabajan en más de un lugar, por lo tanto están mucho más expuestos.  La  exigencia de que las vacunas lleguen lo antes posible  a todos los profesionales de la salud es compartida por el sistema estatal y privado sin distinción.

Foto: Carolina Herrera

A diferencia de la primera ola, los equipos de las UTI consultados reconocen estar más preparados a nivel médico, pero están exhaustos ya que la mayoría tienen suspendidas las vacaciones, las licencias por estrés, las jornadas laborales se duplicaron o triplicaron por el mismo valor y no tuvieron aumentos remunerativos. Muchos médicos tienen insomnio, acidez, cefaleas constantes, úlceras por estrés, burn out, etc. Las camas se pueden agregar, los insumos se pueden conseguir, algunos presupuestos logran aumentarse, pero la mano de obra es finita y los equipos están agotados, con preocupación, con tristeza, y muchas veces frustrados porque hay mucha gente que sigue sin tomar conciencia que estamos frente a un colapso sanitario. Un respirador se rompe y un técnico puede arreglarlo, una vía se sale o se rompe y un enfermero coloca otra. El profesional de salud es no renovable.

Las cepas actuales además son más duras. La gente que se contagia en estos momentos fallece más rápido, los médicos no terminan de confirmar si es por las variantes nuevas, lo que sí confirman es que hay mucha gente joven infectada. 

Médicos y enfermeros, no dejan detalle librado al azar, y destinan unos tres minutos promedio antes de entrar a terapia para vestirse con un camisolín, unas botas de tela, barbijo KN95, barbijo tricapa, antiparras (las cuales duelen mucho), una máscara protectora y doble o a veces hasta triple pares de guantes. Luego de eso pueden entrar al lugar donde están los infectados. Para salir es otro mecanismo similar, los ayuda el o la enfermera que los espera en el área de desinfección, y minutos más tarde un responsable de limpieza retirará todo el material descartado.

Foto: Carolina Herrera

Y todo el tiempo así, la rueda nunca se detiene y lejos de hacerlo, se acelera el ritmo de contagios, las camas se acaban y las medidas más restrictivas se discuten demasiado lejos de la realidad hospitalaria. Hoy las bombas no paran de estallar todo el tiempo, sin pausa. La mayoría de las UTI están monopolizadas por los enfermos con Covid-19.

Médicos, enfermeros, personal de limpieza son los héroes de esta historia cuyo final está lejos de escribirse. Perdón, no son héroes, son humanos que sin súper poderes están en el frente de batalla sin abandonar su compromiso. Repiten una y otra vez que están agotados al extremo pero siguen creyendo que pueden vencer a la muerte en el contexto más duro que les pudo tocar. Incluso abatidos por la tensión que no les da tregua siguen peleando (exponiendo su propia vida) por un futuro con menos dolor, menos muertes, más responsabilidad social, más camas disponibles para todas las patologías de gravedad y vacunas para todo el mundo sin distinción. 

El incesante sonido de los respiradores así como el monitoreo del ritmo cardíaco nos recuerdan todo el tiempo que en las terapias la vida está presente en el sentido más técnico de la palabra. Mientras el corazón siga latiendo, los pulmones se oxigenen y la sangre siga fluyendo hay lucha, para donde se mire se da batalla y sobran las ganas de vencer a este virus. La salud y la vida no se negocian. 

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